Puestos a escoger a mí me gusta más la improbabilidad que la imposibilidad, como a todo el mundo supongo.
La improbabilidad duele menos, y deja un resquicio a la esperanza, a la ética. Que David ganará al Goliat era improbable, pero sucedió. Un afroamericano habitando la casa blanca era improbable, pero sucedió. Que los Hombres G volvieran a tocar juntos era improbable, pero también sucedió.
Nadal desbancando del número uno a Federer, una periodista convertida en princesa, el ganar la eurocopa...
El amor, las relaciones, los sentimientos, no se fundan en una razón prudente, por eso no me gusta hablar de amores imposibles, sino de amores improbables. Porque lo improbable es, por definición, probable. Lo que es casi seguro que no pasase es que puede pasar. Mientras haya una posibilidad, media posibilidad entre mil millones de que pase, vale la pena intentarlo.
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